MI DIAGNÓSTICO
- La Paciente Rebelde
- 1 feb
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 feb

Mi mundo paró en seco a mis 14 años cuando un desmayo en medio de un paseo caminando en una montaña obligó a que alguien me cargara medio inconsciente por un terreno difícil y por eventos que ya no recuerdo, por bloqueo selectivo o edad, terminé en el hospital por 12 días; estaba tan débil que una enfermera con un peinado gracioso pero mucha dulzura me ayudaba a bañarme en un banquito de plástico y una esponja en un cuarto de baño no muy moderno de mi cuarto de hospital.
En esos días perdí las fuerzas que tenía porque tenía tantas llagas en mi boca que no podía tragar nada, perdí tanto peso que caminar era imposible y me llené de una tristeza tan profunda que sentía que me mordía el espíritu y me terminaba de robar mi poca cordura. Seguramente mi mente adolescente no ayudaba y la preocupación de la cara de mi papá me rompía el alma.
Un médico joven, un gastroenterólogo solicitó una colonoscopia; necesitaba entender por qué tenía una anemia que me hacía verme estilo fantasma transparente y demacrada con unos números clínicos de horror. No contaré la historia que por cierto hoy es de risa familiar, de como enloquecí al saber a lo que iban a someterme, pero diré que gracias a esa magia de la medicina moderna y unas biopsias subsecuentes se extendió la noticia que tenía la flamante y rara enfermedad "en niñas de mi edad" de Colitis Ulcerosa Crónica, pero agregándole una apellido muy curioso Ideopática para expresar en modo científico que no saben la respuesta de su origen, un poco creo yo, para salvar a los médicos de explorar más allá de la teoría médica.
Así que así, ojicuadrada quedé sin entender y sin preguntar por mi timidez, mi edad, mi personalidad callada y mi estado cansado, con la abreviación CUCI en mi cabeza, con solo ganas de volver a mi cama, a abrazarme a mi almohada.
Comments